1- Sustantivos
2- Adjetivos
3- Adverbios
4- Preposiciones
5- Conjunciones
6- Pronombres
7- Verbos
8- Uso correcto de la “b”, “v”, “ll”,” y”,” s”,” c”,” z” y
“h”
Ojalá fuera hoy, y Jesús no viniera con un cordero y un cayado de pastor, sino con una roca en cada mano para aplastar las risas y las burlas, para arrancar el mal y destruirlo en medio de los alaridos:
un Jesús terrible cargado de sangre y de justicia. Si ella pudiera ser su brazo y su espada. Había tratado de ser como
las demás. Había
desafiado a su madre de mil pequeñas maneras, había
intentado deshacer el círculo que la rodeaba
como a una playa desde
el cerca primer día que
salió del controlado ambiente de su pequeña
casa de la
calle Carlin para dirigirse a la escuela
primaria con su Biblia
bajo el brazo. Todavía recordaba el día, las
miradas, el silencio espantoso y repentino que
se había producido cuando se hincó de rodillas antes de la comida, en
el comedor de
la escuela; las
risas habían comenzado ese día y había seguido escuchando su eco a través de los años. El círculo que
la rodeaba era como la sangre: podías
limpiarla una y otra vez y estaría siempre
allí, indeleble,
sucia. No había
vuelto a arrodillarse
en un sitio público, aunque no se lo había dicho a
su madre. De todos modos, ella conservaba
el recuerdo de la primera vez y
ellos
también. Había luchado encarnizadamente apropósito del campamento
de verano
de la Iglesia Cristiana y
ella misma
había conseguido el dinero haciendo trabajos
de costura. Su madre le había dicho gravemente que era pecado, que
era metodista y baptista y congregacionista y que
era pecado y reincidencia. Le prohibió practicar natación en el campamento. Sin embargo, aunque
había
nadado y se
había
reído cuando la zambulleron (hasta que ya no podía
respirar y seguían manteniéndola bajo el
agua y se aterró y comenzó a gritar) y había intentado participar en las actividades del campamento, le habían
hecho cientos de bromas pesadas y había
vuelto a casa en el coche de línea, una
semana antes de lo
previsto, con
los ojos hundidos
y enrojecidos
de tanto llorar. Mamá la había recogido en la
terminal y le había dicho sombríamente que debía conservar siempre el recuerdo de ese castigo como una prueba de que su madre sabía, de que
tenía razón, de que la
única posibilidad de salvación estaba dentro del círculo rojo. Porque la
puerta es estrecha, había dicho en el taxi.
Al llegar a casa había encerrado a Carrie durante seis horas en el
armario. Su madre, por
supuesto, le había prohibido que se duchara con las otras
chicas; pero Carrie había escondido las cosas que necesitaba en el
cajón con llave que tenía en
la escuela y lo
había hecho de todas maneras y había
participado en ese ritual desnudo que le resultaba incómodo
y la llenaba
de vergüenza, con
la esperanza de que el círculo se difuminara
un poco, sólo un poco…(pero, hoy, oh lo que había
sucedido hoy)Tommy Erbter, de cinco años,
paseaba en su bicicleta por la acera de enfrente, un niño pequeño de mirada intensa
que montaba una Schwinn de 50 centímetros con
ruedas adicionales de un brillante color
rojo. Canturreaba en voz baja; cuando vio a Carrie su rostro se iluminó y le sacó la lengua. —¡Hola, santurrona cara de
caca!
Carrie le lanzó una mirada feroz cargada de incontrolable furia. La
bicicleta se tambaleó
sobre sus ruedas adicionales y súbitamente
se precipitó al suelo. Carrie sonrió y siguió caminando. El sonido del llanto de Tommy
era una música dulce y estridente para
sus oídos. Si tan sólo pudiera hacer que
ocurriera algo así cada vez que se le antojara. (acababa
de suceder)Se
quedó totalmente inmóvil siete casas antes de llegar
a la suya, mirando el vacío sin comprender. Detrás, Tommy, lloroso, volvía a subir a su bicicleta mientras se llevaba la mano a la rodilla
que se había lastimado. Gritó algo pero ella lo ignoró; había sido insultada por expertos. Había
estado pensando:(cáete de esa bicicleta, chico, cáete y
pártete tu maldita cabeza)y algo había
sucedido
.Su mente se había… se
había… buscó la
palabra. Se había
doblado
. No era eso exactamente,
pero se parecía. Se había producido una curiosa flexión mental, casi como doblar una barra de acero con la fuerza del codo. Tampoco era eso exactamente,
pero no se le ocurría otra cosa. Un codo sin fuerza. El débil
músculo de un bebé. Doblégate. De pronto miró intensamente el gran ventanal de la casa de
Mrs. Yorraty.
Pensó:(vieja zorra
espantajo estúpido ventana rómpete) No
ocurrió nada. El ventanal brilló sereno en
el fresco resplandor de las nueve de la mañana.
Otro calambre oprimió el estómago de Carrie
y ella siguió caminando. Pero…La luz. Y el
cenicero; no olvides
el cenicero. Dirigió su mirada (la vieja zorra
odia a mi mamá) por encima del hombro. De
nuevo pareció como si algo se doblara… pero muy
débilmente. El flujo de sus pensamientos se sacudió, como si se hubiese
producido un burbujeo en un manantial
profundo. El ventanal pareció ondear. Nada más. Podrían haberla engañado sus ojos.
Podría
haber sido eso. Su mente
empezaba a
sentirse cansada, a nublarse, y notaba el comienzo de un dolor de cabeza. Le ardían los ojos
como si hubiera leído el Apocalipsis de una sentada.
Siguió caminando hacia la pequeña
casa blanca con
postigos azules. La
conocida sensación de odio-amor-temor
comenzaba a agitarse dentro de ella. La hiedra
trepaba por
el costado oeste del bungalow (siempre la llamaban
el bungalow porque decir la casa blanca sonaba como un chiste político y mamá decía que todos los políticos
eran maleantes y pecadores y que, con el tiempo, entregarían el país en manos de esos
rojos ateos que mandarían al paredón a todos
los que creían en Cristo, incluso
a los católicos)
y la hiedra era pintoresca y ella lo
sabía
, pero a veces la odiaba. Algunas
veces, como en ese momento, parecía
la grotesca mano
de un gigante,
recorrida por grandes venas, que había brotado del suelo para
asir firmemente la casa.
Se acercó arrastrando los pies. Por supuesto, también
estaba lo de las
piedras. Volvió a detenerse y parpadeó mirando de forma inexpresiva. Las piedras. Mamá nunca hablaba de eso. Carrie ni siquiera sabía
si recordaba todavía el día de las piedras. Ella
era muy pequeña entonces. ¿Qué edad tendría? ¿Tres años?
¿Cuatro? Recordaba esa chica del traje de baño
blanco y después habían caído las piedras. Y, en la casa, algunas cosas se habían disparado en distintas direcciones. En ese momento, el
recuerdo se hizo súbitamente claro y luminoso, como si hubiese
estado todo el tiempo allí, inmediatamente bajo la
superficie, esperando una especie de pubertad mental. Esperando
quizá el día de hoy.
Referencias
King, S. (2023). Carrie (Spanish Edition) (3 Tra Mti). Debolsillo.
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